El 21 de enero del año 304, era cristiana, la sociedad romana fue testigo de un asesinato más dentro de la llamada “persecución de Diocleciano”; sin embargo, un hecho marcaba la diferencia de este crimen entre los muchos otros que tuvieron lugar durante el asedio: la edad de la víctima, una niña de 12 años.

Inés, o Agnes en latín, había nacido en el seno de una pudiente familia a la que llegó el mensaje de Cristo, conquistando el espíritu de la pequeña. Vale decir que, para entonces, el cristianismo aún figuraba entre los credos prohibidos del Imperio Romano.

La reseña registrada por Aurelius Ambrosius (San Ambrosio 340-397 DC) asegura que Inés era pretendida por el hijo del prefecto de Roma y que éste fue rechazado por la adolescente, quien no se intimidó al confesar su fe y a Cristo como su “único amor”.
La valiente declaración sirvió al joven repudiado y a su influyente padre como argumento para acusarla de evadir los edictos que dieron paso a la persecución de cristianos más sangrienta de Roma (año 303 DC), liderada por los emperadores Diocleciano y Galerio.

Otra versión, atribuida al poeta Prudencio (348-413 DC), señala que la pequeña Inés fue vejada públicamente y martirizada para hacerla renegar de su fe, y que ésta, en cambio, ofreció el cuello al verdugo como muestra de su irrevocable convicción.
“Sus padres recogen el cadáver y la sepultan. Pocos días después, su hermana Emerenciana es lapidada por orar junto al sepulcro”, narra el sitio catholic.net en la biografía de la mártir.
En conmemoración, cada 21 de enero el Papa recibe y bendice dos corderitos, cuya lana es empleada para tejer palios destinados a los Arzobispos. “La antiquísima ceremonia tiene lugar en la iglesia de Santa Inés, construida por Constantina, hija del emperador Constantino, en el 345 DC”, indica la agencia Aciprensa en su especial de Santa Inés.

Es patrona de las jóvenes, las novias, las prometidas en matrimonio y de los jardineros.
«La tradición de la Orden de la Madre de Dios (OMD) ha transmitido la devoción a Santa Inés, virgen y mártir, sobre todo invocándola como patrona de nuestros seminaristas y estudiantes», acota el padre Javier González, catedrático del seminario OMD en Santiago.
Siempre es representada con diademas de flores y un corderito en sus brazos, como símbolo de su inocencia y castidad.